lunes, 7 de enero de 2013

Marc Chagall / Mariano Crespo





FELIPE

En mi familia nadie cantaba bien
excepto Felipe, el jilguero que vivió en casa una década,
tras comprárselo mi madre a un gitano 
por 14 pesetas a la puerta del mercado. 

Un día se cayó redondo en su jaula,
mi padre le puso en el pico una gota de tónico cardiaco
y todavía nos cantó un año
en su paseo diario entre la lechuga y el alpiste.

Si ustedes no han oído cantar a un pájaro resucitado
no saben lo que es trinar boleros.

El canto de quien ha visto 
que por la estación de los muertos no pasan trenes
y la luz es lunar 
como los adornos ocultos de las mujeres. 

Mi padre también le compró discos de otros pájaros
y en la mañana de los domingos 
no podía poner a los cantautores
porque Felipe estaba oyendo los grandes éxitos
de las más famosas aves canoras.

En mi familia nadie cantaba bien.

Cuando murió Felipe 
me fui de la casa de mis padres a otra parte
ese lugar inconcreto en donde suele habitar la música.

En aquellos años descubrí los lunares ocultos de las muchachas,
volvió el canto de los pájaros a mi vida
y reconocí a Felipe entre el coro 
que festejaba mi bautismo de primavera.

Tuve una juventud en silencio.
No leí el kamasutra.
No aprendí solfeo.

A las mujeres las toqué de oído como los músicos callejeros.

© Mariano Crespo Martínez



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