El ojo de la aguja
VII
Al amor llegué con un grito de seda
y puse las dos mejillas,
el cuerpo y la conciencia.
Nada quedó de mí,
ni siquiera una carta,
ni siquiera un espejo en donde reconocerme.
Mas aprendí a pasar
por el ojo de la aguja,
es decir a perdonar sinceramente.
A dejar la piel en el alambre,
a dolerme desde los pies
a la cabeza.
Lo perdí todo.
Y cuando entendí que no sabía defenderme de la gente,
respondí con una bofetada de ternura,
porque yo sé
que sólo los dulces heredarán la tierra.
VII
Al amor llegué con un grito de seda
y puse las dos mejillas,
el cuerpo y la conciencia.
Nada quedó de mí,
ni siquiera una carta,
ni siquiera un espejo en donde reconocerme.
Mas aprendí a pasar
por el ojo de la aguja,
es decir a perdonar sinceramente.
A dejar la piel en el alambre,
a dolerme desde los pies
a la cabeza.
Lo perdí todo.
Y cuando entendí que no sabía defenderme de la gente,
respondí con una bofetada de ternura,
porque yo sé
que sólo los dulces heredarán la tierra.
La donación al amor como aniquilación del ego. Generoso, hermoso. Por desgracia algo muy distinto a lo que tan a menudo nos rodea. Gracias, Alicia.
ResponderEliminarPara eso está la poesía, para hacernos olvidar lo prosáico y ver el otro lado de la vida. Si no es real, al menos es bello.
ResponderEliminarUna vez más Alicia ha ensamblado dos piezas con una inteligente sutura.
ResponderEliminarEl arte está en las piezas. Lo que las une no es inteligencia, es instinto.
ResponderEliminarde quien es el poema? me encanta!
ResponderEliminarMatilde Alonso Salvador, Mía Gallegos la poetisa. Siempre van en ese orden las entradas: primero la imagen, después la letra. Salu2
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