Sobre el diván
Sobre el diván dejé la mandolina
y fui a besar la boca purpurina,
la boca de mi hermosa Florentina.
Y es ella dulce y rosa y muerde y besa;
y es una boca rosa, fresa;
y Amor no ha visto boca como esa.
Sangre, rubí, coral, carmín, claveles,
hay en sus labios finos y crueles,
pimientas fuertes, aromadas mieles.
Los dientes blancos riman como versos,
y saben esos finos dientes tersos,
mordiscos caprichosos y perversos.
FELIPE
En mi familia nadie cantaba bien
excepto Felipe, el jilguero que vivió en casa una década,
tras comprárselo mi madre a un gitano
por 14 pesetas a la puerta del mercado.
Un día se cayó redondo en su jaula,
mi padre le puso en el pico una gota de tónico cardiaco
y todavía nos cantó un año
en su paseo diario entre la lechuga y el alpiste.
Si ustedes no han oído cantar a un pájaro resucitado
no saben lo que es trinar boleros.
El canto de quien ha visto
que por la estación de los muertos no pasan trenes
y la luz es lunar
como los adornos ocultos de las mujeres.
Mi padre también le compró discos de otros pájaros
y en la mañana de los domingos
no podía poner a los cantautores
porque Felipe estaba oyendo los grandes éxitos
de las más famosas aves canoras.
En mi familia nadie cantaba bien.
Cuando murió Felipe
me fui de la casa de mis padres a otra parte
ese lugar inconcreto en donde suele habitar la música.
En aquellos años descubrí los lunares ocultos de las muchachas,
volvió el canto de los pájaros a mi vida
y reconocí a Felipe entre el coro
que festejaba mi bautismo de primavera.
Tuve una juventud en silencio.
No leí el kamasutra.
No aprendí solfeo.
A las mujeres las toqué de oído como los músicos callejeros.
© Mariano Crespo Martínez
Huye del triste amor, amor pacato,
sin peligro, sin venda ni aventura,
que espera del amor prenda segura,
porque en amor locura es lo sensato.
Ese que el pecho esquiva al niño ciego
y blasfemó del fuego de la vida,
de una brasa pensada, y no encendida,
quiere ceniza que le guarde el fuego.
Y ceniza hallará, no de su llama,
cuando descubra el torpe desvarío
que pedía, sin flor, fruto en la rama.
Con negra llave el aposento frío
de su tiempo abrirá. ¡Despierta cama,
y turbio espejo y corazón vacío!